Ginebra Los Tornos 4 de octubre de 2023Me he dado un pequeño atracón de clásicos en estos últimos meses, y con Proust no pude. Me quedé al 70% de la primera novela de la serie del tiempo perdido. Hay un arranque que tiene cierto interés, el del niño histérico o hiperestésico, pero eso extendido a lo largo del tiempo se va haciendo cansino. En serio: el aroma de las flores no es tan interesante después de treinta y cuatro páginas hablando sobre el tema. Todas hemos olido flores y sentido las piedras del camino bajo la suela de los zapatos, y hemos tragado hasta la última amarga gota de la nostalgia, pero no hemos llorado tanto, ni durante tantísimas páginas, diantres...
No se encuentra personaje con quien congraciarse. El narrador es un chiflado. El Swann sale rana, bastante infumable, y la Odette es bluf. La magdalena de Proust da nombre por arte de birlibirloque (es decir, en el mundo de la pedantería) al hecho de que un olor, un sabor o una sensación, sea cual sea, te evoque un recuerdo. No hace falta haber leído el libro: es lo que te estoy contando. El pibe se come un bollito, cuya descripción (y traducción) corresponde a una magdalena, y se acuerda de cosas, ¡flipa!
Me pasa algo parecido a la sensación que tuve leyendo La Regenta: hay algunos momentos verdaderamente mágicos, y cada cual encontrará los suyos. Está bien narrado y es genial. Pero me hastía. Vas aguantando página tras página, pensando que más allá habrá algo, pero lo que hay es más de lo mismo. Si te flipa, pilla: hay montones de páginas.