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Test de lectura

Extracto de:

El cantor vagabundo, Pío Baroja

Cenaban en la mesa pequeña del fondo. Uno de ellos había dejado la guitarra apoyada contra la pared, y otro la cartera con un montón de papeles impresos, coplas y canciones.

Se comprendía por su manera de hablar y por los motivos de su charla que eran forasteros y que no tenían las mismas preocupaciones de la demás gente, parroquianos habituales de la taberna.

A uno de los forasteros le llamaban el Lince, a otro el Alumbrado y a otro el Raposo. Al último de los cuatro le decían el Cornejo, lo que, al parecer, no era apellido, sino apodo.

El Lince era hombre ya entrado en años, alto, encorvado, con barba larga y blanca, que daba la impresión de haber sido rubia en su tiempo; anteojos azules para el sol, que no se los había quitado al entrar en la taberna; sombrero ancho con las alas caídas, gabán y bastón de cayado.

Hablaba castellano con un ligero acento andaluz. Vestía bastante desastrado, ropa muy usada y botas viejas.

Llevaba, al parecer, al marchar por los caminos, una bolsa llena de pliegos de esa literatura que llaman de cordel: canciones impresas, historias de aventureros y vidas de santos.

Solía entonar coplas en las plazas de los pueblos, acompañándose de la guitarra.

En algunas partes donde le conocían le llamaban el Loco de los Papeles.

El otro forastero a quien decían el Alumbrado era tipo de paleto de aldea, de aire burlón. Iba sin afeitar. Vestía pobremente, tenía acento manchego, y cuando cantaba habaneras, tangos y canciones religiosas en las calles de los pueblos, lo hacía con poca voz, pero con mucha afinación. Vendía libritos de historias antiguas. Usaba una larga capa, y llevaba alforjas con libros, estampas y escapularios. Se cubría la cabeza con gorra de piel.

El tercero en importancia era el Raposo, que, al parecer, se había unido a los otros recientemente. Conocía la región por donde se movía mucho mejor que los demás. El Raposo, joven, flaco, arrugado, estaba encogido como una mona.

El último, al parecer, en importancia era un tal Negrete, apodado el Cornejo, tipo ridículo, con la voz aguda, atiplada. Este parecía ser como el criado de los demás de la cuadrilla.