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Extracto de:
Se fue lejos y para mucho tiempo, casi sin retorno. La locomotora del correo cantó la separación al alejarse en el espacio abierto; los acompañantes volvieron desde la plataforma de pasajeros a su vida sedentaria; apareció el mozo con una escoba y se puso a limpiar el andén como si fuera la cubierta de un barco encallado.
—Apártese, ciudadana —dijo el mozo a dos piernas solitarias y gruesas.
La mujer se apartó hacia la pared, hacia el buzón de correos, y leyó en él las horas de recogida de la correspondencia: la sacaban a menudo, se podía escribir cartas todos los días. Tocó con el dedo el hierro del buzón: era fuerte, ningún alma de carta podía escapar de allí.
Detrás de la estación se encontraba la nueva ciudad ferroviaria; en las blancas paredes de las casas se movían las sombras de las hojas, el sol de la tarde de verano iluminaba la naturaleza y las viviendas con claridad y melancolía, como si fuera a través de un vacío transparente donde no hubiera aire para respirar. Al filo de la noche, en el mundo todo se mostraba demasiado nítido, deslumbrante y fantasmal, y por eso el mundo parecía inexistente.
La mujer se detuvo asombrada ante esta luz tan extraña; en sus veinte años de vida no recordaba un espacio tan desierto, resplandeciente y silencioso, sentía que el corazón se le debilitaba por la ligereza del aire, por la esperanza de que volviera el hombre que quería. Vio su reflejo en la ventana de la peluquería: el aspecto era vulgar, el pelo ahuecado y en ondas (ese peinado se llevó en el siglo XIX), los ojos grises y profundos miraban con una ternura tensa, como forzada: estaba acostumbrada a querer al que se había marchado, quería que la amara continuamente, sin interrupción, para que dentro de su cuerpo, en medio de un alma corriente y aburrida, existiera lánguida y vigorosa una segunda vida de encanto. Pero ella misma no podía amar como deseaba: con fuerza y continuidad; a veces se cansaba y entonces lloraba, disgustada porque su corazón no podía ser incansable.
Vivía en un piso nuevo de tres habitaciones; ocupaba una de ellas su padre viudo, maquinista de tren, y las otras dos, ella y su marido que se acababa de marchar al Lejano Oriente para instalar y poner en funcionamiento misteriosos aparatos eléctricos. Siempre estaba dedicado a los misterios de las máquinas; por medio de los mecanismos esperaba transformar el mundo para el bien y el placer de la humanidad y para algo más, la mujer no lo sabía muy bien.