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Ginebra Los Tornos14 de marzo de 2023 Esta pequeña tragedia basada en el mito de Antígona se lee muy rápido y, cuando comienza a ponerse aburrida, ¡pum!, se acaba. En la actualidad estamos acostumbrados a que las historias giren y den vueltas, a que nada sea lo que parece. En Antígona es justo al contrario: todo lo que sucede es obvio. Desde el principio se expone el argumento, se indica lo que va a suceder, y después sucede. Por fin, como en toda buena tragedia, lo que puede acabar mal, acaba mal.
Cada cual hace su lectura sobre esta obra (o sobre este mito, mejor dicho): la feminista, de la mujer que se opone al patriarcado (y el patriarca en este caso deja bien patente su opinión sobre la inferioridad de la mujer como género), y la no feminista, que sería la oposición de una persona a un dictado que considera injusto, o más genéricamente la rebeldía frente a la tiranía, o la desobediencia civil (ya que se desobedece una ley, aunque la infractora sea la sobrina del rey).
Dos detalles me llaman la atención: el tono cómico que adopta el guardia que descubre el pastel. Y lo rápidamente que convence el adivino a Creonte para que se retracte. Esto sucede mucho: todo el mundo te dice que eres idiota, pero solo atiendes a razones cuando te lo dice a quien tu das crédito.
Esta dependencia (bastante condicional) del dictado divino, y muchos otros detalles, son motivos que se repiten en el arte y la literatura de toda la historia occidental. Por ejemplo, hace poco vi en la producción italiana "Romulus" que encerraban con vida a una chica —Ilia— en una cueva, del mismo modo que hicieron con Antígona.