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Malos de libros

En la literatura de ficción hay una acentuada tendencia a establecer una lucha entre el bien y el mal. Muchas veces este mal está representado por una figura individual, un villano, un monstruo. Sobre todo en los relatos dirigidos a un público menos exigente, como los cuentos para niños pequeños, las mitologías y las religiones, o las películas comerciales.

Otras veces el mal no cobra una forma concreta. Puede ser la guerra, el destino, la sociedad o la injusticia.

Cabe preguntarse por qué motivo hay tantos malos en la literatura, y hago la pregunta extensible hasta otros vehículos narrativos como el cómic o el cine.

Una posible respuesta sería: porque existen y, por tanto, son reflejo de la realidad.

No hay tantos malos. La inmensa mayoría de las personas no va por ahí asesinando, violando o lanzando su ejército de orcos contra la gente maja. Pero cuando actúan causan tal perplejidad, que pueden convertirse en una obsesión social, y un solo acto puede transformarse en multitud de libros, películas, artículos de periódico, pódcast y otras frutas. Son muy abundantes los relatos de crímenes en la historia de la prensa, y muchos de estos crímenes fueron dramatizados y convertidos en novelas y obras de teatro. ¿Cuánto se ha escrito sobre la Condesa Sangrienta, Jack el Destripador o el asesinato de JFK? En España hemos tenido muchos crímenes famosos, como el de la Huerta del Francés o el de la calle Fuencarral o, en épocas más recientes, el caso de Alcàsser o el del asesino de la baraja. Eso, sin contar con otros criminales no tan sangrientos, pero más populares, como el legendario bandolero de Lavapiés, Luis Candelas, el Lute (recordado por sus fugas, más que por sus crímenes) o el Dioni, que llegaron a ser animales mediáticos.

También han levantado siempre ampollas los actos malignos y, en general, la corrupción de las figuras públicas, aunque no llegasen nunca a sufrir la fuerza del brazo de la ley. Aquí hay tantos representantes que no sabría uno por dónde empezar. Por simple diversión, vamos a mencionar al ilustre serial killer fundador de la iglesia anglicana, el rey Enrique VIII; o al taimado papa valenciano Alejandro VI; y, por venirnos a la modernidad, basta con leer cualquier periódico, cualquier día del año.

Villanos en la literatura, la inspiración está ahí fuera

Tipos de malos

Acabamos de mencionar un tipo de maldad que probablemente sea el más frecuente: el que nace de la codicia. Es más visible cuanto más poderoso es el protagonista, ya que quien mucho puede, mucho arrampla. Pero la codicia es una de las grandes protagonistas en la literatura de todos los tiempos, y afecta a grandes y pequeños. Pongamos por caso a uno de los malosos más elaborados de Dickens, el singular señor Pecksniff, de Martin Chuzzlewit, y su yerno, Jonas Chuzzlewit quien, además de codicioso, también llegó a ser un asesino.

Otro de los males que asolan las páginas de nuestros libros son los males puros y su génesis suele ser de naturaleza espiritual. Aquí tenemos todo tipo de demonios, fantasmas, brujas y criaturas que normalmente son antagónicas de otras que son su contrario, representantes del bien en estado puro. Uno de estos archivillanos puede ser Sauron, la entidad maligna que es más conocida como El señor de los anillos. Este vil tipejo es en origen un ainur creado por Ilúvatar, el equivalente a un dios creador en la mitología tolkieniana. Se volvió malo porque quiso en cierto modo adquirir capacidades para las que no había sido creado. Su caída recuerda mucho a la de nuestro querido Lucifer, y su pecado se parece más a la soberbia que a la codicia. Este tipo de malo suele opinar que el mundo tal cual lo conocemos está mal hecho y debe arreglarse según su criterio. Son malos que están cargados de razón, como los ladrones del tiempo de Momo, y hacen lo que sea para transformar la realidad.

Otra fuente de maldad es la que procede de animales o de inteligencia artificial, o de sociedades humanas desestructuradas que adoptan una organización similar a una sociedad animalesca. En ambos casos hay una lógica muy primaria y reptiliana: la supervivencia de la propia especie, la dominación del medio y la preeminencia del yo. Aquí podríamos mencionar a los morlock de H. G. Wells, a cualquier saga de zombis, los mundillos cyberpunk, la mayoría de aliens zoomórficos y a variadas inteligencias artificiales. Más conocidos por los universos cinematográficos son la IA Skynet, de la saga Terminator, los Borg de Star Trek, Matrix y muchos otros.

El malo con traumas infantiles también es un clásico y despide un hedor determinista freudiano muy fácil de detectar. Aquí tenemos todo tipo de sádicos, sociópatas y psicópatas. Por supuesto, muchos de estos personajes están copiados de la realidad. Uno de los más celebrados de los últimos tiempos en la gran pantalla ha sido el Dr. Hannibal Lecter, de las novelas de Thomas Harris. Y aunque no se explica específicamente, voy a incluir también aquí a otro villano de Dickens, que sale en El almacén de antigüedades, llamado Daniel Quilp. Se divertía torturando psicológicamente con saña a los que podía (especialmente a su mujer). Esto y su retrato me hacen pensar que no tuvo una infancia feliz:

[…] un hombre de edad avanzada, con rasgos duros, aspecto repelente y estatura tan baja que parecía un enano, aunque la cabeza y la cara no habrían desentonado en el cuerpo de un gigante. Sus inquietos ojos negros eran astutos y maliciosos. Tenía boca y barbilla erizadas por una barba hirsuta, y la tez de quien nunca parece limpio ni sano. Pero lo que más contribuía a la expresión grotesca de su semblante era una sonrisa patibularia, que, resultado de su nula relación con sentimientos alegres o complacientes, dejaba ver los escasos colmillos descoloridos que aún le quedaban en la boca, prestándole el aspecto de un perro jadeante. Iba vestido con un abultado sombrero de copa, traje oscuro desgastado, zapatos muy grandes y una sucia corbata blanca, tan fofa y arrugada que revelaba una buena porción de su cuello enjuto y nervudo. El pelo que le quedaba era negro grisáceo, y lo tenía corto y pegado a las sienes, cayéndole por las orejas. Las manos, rudas como el cuero, estaban muy sucias; y sus uñas retorcidas eran largas y amarillentas.

Ilustración de Phiz de Daniel Quilp, malvado en su tiempo libre, y tenía mucho. Escaneo de Simon Cooke para la Victorian Web.

Vamos a mencionar por último al malo chiflado. En este punto se dan cita casi todos los que quieren conquistar el mundo o la galaxia, junto con aquellos que sufren delirios de grandeza con muy variados perfiles psicológicos. Cuanto más locos están, más divertidos son, y el máximo exponente es sin duda la Reina de Corazones de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll. Estos personajes son más típicos de la literatura infantil y juvenil.

El atractivo del mal

Muchos de estos malvados personajes nos ponen los pelos de punta e incluso a veces cometen la osadía de personarse en nuestros sueños y hacernos pasar un mal rato.

Sin embargo, hay otros que son igual de malvados, pero nos resultan irresistiblemente atractivos. Nos hacen sentir, como cantaban los Rolling Stones, sympathy for the devil, porque uno de los pilares de la cultura posmoderna es la demolición de lo sacro y el cuestionamiento sistemático de cualquier sistema de valores. Hay cientos de ejemplos en la cultura popular de los últimos cincuenta años, pero antes ya teníamos que examinarnos muy a fondo y ver qué demonios pasaba dentro de nosotros para que sintiéramos simpatía por algunos malvados personajes. Uno de ellos puede ser el bueno de Humbert Humbert, el simpático pederasta que narra en primera persona su historia con Lolita (V. Nabókov). Puede uno sentir su fascinación por la dichosa Lolita, su desesperación cuando la pierde, e incluso las ganas de apretar el gatillo cuando llega la ocasión de castigar al culpable. También puede ponerse uno en los zapatos de Michael Corleone, de la serie de El padrino, del americano Mario Puzo. E incluso a uno le puede caer bien Robinson Crusoe de Daniel Defoe. Recordemos que esta miserable rata inglesa dejó abandonados en su isla al padre de Viernes y a un español, que habían ido a la isla nativa de Viernes a rescatar a un grupo de españoles que estaban allí prisioneros. Con estos nuevos refuerzos, pensaban por fin escapar de la isla. Pero entonces apareció un barco inglés, sucedió una breve aventura y Robinson se marchó sin esperar a nadie y sin mirar atrás. ¡Villano! En cualquier caso, estas aventuras en el mar suelen tener con frecuencia héroes-villanos como protagonistas. Otro famoso es el capitán Singleton (también de Defoe), que es malvado, pero tiene algunos detalles humanitarios y con eso ya te gana incomprensiblemente el corazón.

El señor Crusoe, un lobo con piel de cordero. Foto de State Library of South Australia

Conclusión

Mi conclusión es muy simple: los malos en la literatura no son sino una representación del mal que vive dentro de cada uno de nosotros, al cual aspiramos a exorcizar individualmente y en casi todas las sociedades de manera común. Yo, al menos, así me veo. Soy aspirante a la bondad, pero no soy la bondad. El grado de mal que albergamos es variable, así como nuestra eficacia para combatirlo; por tanto, no nos queda más remedio que convivir con nuestra villanía y hacer como sugería Jesucristo: mirarnos para dentro y no lapidar a las adúlteras.

Eso, individualmente. Socialmente tenemos otras herramientas de castigo y autocensura. Que se ocupen los chupatintas.

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