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Declive y caída de Oscar Wilde

Este artículo está dedicado a todos y todas las que estampaban besitos en la lápida de Oscar Wilde en el Père Lachaise de París. Ya no pueden, pusieron una mampara para impedirlo. A cambio, los besucones pueden leer e informarse un poco antes de lanzarse a la creación de iconos y la alimentación de mitos.

Malditos, que os vayáis a la tumba de Jim Morrison a pegar chicles.

Podría compararse al autor irlandés con el joven Ícaro, pero lo cierto es que Wilde no era ningún jovencito. Estaba en el culmen de su carrera, y también de su ceguera, cuando se lanzó voluntariamente a un proceso judicial que no podía terminar de otro modo, sino con sus huesos en la cárcel.

El declive

Para explicar el declive de Oscar Wilde, nos referiremos en primer lugar a las impresiones de André Gide, que tuvo algún trato con él. Y para entrar en Gide, leeremos primero una anotación que hizo Jan Potocki en Larache (entre Tánger y Rabat):

Hemos tenido a cenar a Muley Omar, hermano del Emperador. Se trata de un joven de buena planta aunque un tanto bobo. Su Corte, que no demostraba opulencia, estaba compuesta casi íntegramente por negros y algunos llevaban flores en las narices, lo que aparentemente es un modo de perfumarse.

Viaje al Imperio de Marruecos, 1792, Jan Potocki

Cien años más tarde, escribiría Gide desde Túnez:

He buscado también en vano ese café oscuro, al que no iban más que los altísimos negros del Sudán. […] Aman el perfume de las flores hasta tal punto que, a veces, como de este modo no lo aspiran lo bastante para su gusto, se meten en los orificios de la nariz algunos pétalos arrugados.

Diario, 1895, André Gide

Aunque se habían conocido tiempo atrás, fue en este año 1895 cuando Gide se topó con Wilde en Argel, en enero, recién estrenada su obra de teatro Un marido ideal. El irlandés le contó (y Gide a nosotros en 1905, In memoriam) que ya estaba harto del Marqués de Queensberry y que había que cambiar algo, así que es posible que ya estuviese rumiando sus próximas actuaciones, porque se sentía acosado por este señor.

John Douglas, noveno marqués de Queensberry, es conocido por dar nombre al primer reglamento de boxeo, en el cual se basa el boxeo moderno. No así por ser su autor, que fue un tal John Graham Chambers, un tipo dedicado en cuerpo y alma al deporte.

Gracias (en parte) al patrocinio del 9º Marqués de Queensberry, podemos saborear este deporte o lo que sea, lo de darse tortazos sin estar enfadados. Foto de los célebres boxeadores James J. Corbett y Abe Attell que ahora descansan en paz.

Este John Douglas era el padre del amante (o compinche) de Wilde, de nombre Alfred Douglas. Los padres de Alfred estaban divorciados y este odiaba a su padre. Se me ocurren muchos motivos. Engañó a la madre, tenía fama de bruto (y también la cara), era antisemita, un déspota y un loco del deporte. Para mí, motivos más que suficientes.

La sociedad victoriana (la reina Victoria la diñó en 1901) creía firmemente en los valores conservadores de cualquier sociedad occidental: ortodoxia religiosa, familia basada en lo de siempre (la mujer en “sus labores”) y culto a Mammón (los pobres son gente perdida y viciosa que quiere vivir en la pobreza). Puede inferirse que la homosexualidad no estaba bien vista. Era un delito bien tipificado en una enmienda de 1885, junto con la prostitución. Esta enmienda introdujo algunas mejoras respecto de la ley anterior, que permitía mantener relaciones sexuales con niñas de 13 siempre y cuando ellas lo consintieran. Por ejemplo, elevó la edad de agresiones sexuales graves hasta los 13 años, y penó el secuestro por motivos sexuales para menores de 18 años. En el caso de los homosexuales varones, solo estaba penado el acto sexual cuando pudiera demostrarse. Pero la nueva ley introdujo el delito de “conducta indecente”, que permitía castigar eso, una “conducta indecente”, lo que quiera que eso signifique. Esta fue la infracción que le adjudicaron a Oscar Wilde.

Para quien se esté santiguando, quiero recordar que la edad de consentimiento en España es de 16 años desde el año 2015. Hasta ese momento era de 13. Eso es un progreso, aunque sea muy tardío. Pero la Ley Mordaza, también de 2015, deja abierta la puerta a castigar con arbitrariedad ciertos actos, como llevar un porro en el bolsillo, manifestarse frente al Congreso, consumir una cerveza en la vía pública y solicitar o aceptar servicios sexuales en según qué circunstancias. No son grandes pérdidas sociales, pero abre infinitas posibilidades para controlar a la ciudadanía y abusar de ella, llegado el caso.

Volvamos con Gide. El laureado Nobel de Literatura de 1947, nos explica en varias ocasiones que él es homosexual, que la homosexualidad es natural (Corydon, 1924) y que ha practicado sexo con jóvenes de edad inespecífica. Contó que su primera experiencia sucedió en Susa (Túnez) en 1893 y la cosa quedó después novelada en El inmoralista (1902). En 1895, como ya hemos contado, se topó casualmente con Wilde en Argel. O tal vez no era tan casual. Debía de ser un destino de turismo sexual bien conocido, cercano y muy asequible económicamente, y además era colonia francesa (Túnez también era protectorado).

Oasis de Sidi Okba, cerca de Biskra, por donde en ocasiones correteaban, se escondían e intimaban algunas personas, cuando todavía eran difusas las fronteras entre los conceptos de cruising, prostitucioning y pederasting. Foto tomada de Tupper Scrapbooks Collection, biblioteca pública de Boston.

Wilde, que era mayor que Gide, le sirvió de cicerone, sin saber que Gide ya tenía cierta experiencia. Él se dejó llevar y consumieron diversas sustancias y chiquillos. Quien quiera leer las andanzas de estos personajes por el norte de África, puede leer los mencionados libros y Si la semilla no muere (1924), que es la autobiografía de Gide.

Aunque todos estos detalles se han conocido a posteriori, podemos dar por supuesto que las andanzas de Wilde, que era un personaje público y notorio, eran bien conocidas. Total, si estaba enterado el padre del novio, no hay mucho más que decir…


Alfred Douglas, según Marlene Dumas, foto by Anna Fox, CC BY 2.0
Gide pinta un retrato bastante feo de Alfred Douglas, alias Bosie. Le describe como un personaje desagradable, caprichoso y de carácter mudable y tormentoso. Mientras que Gide vivía su sexualidad con una cierta angustia, Douglas y Wilde disfrutaban de lo lindo. Se corrían grandes juergas, les conocían donde iban y lanzaban dinero por las calles de Argel, Túnez y Biskra. Wilde, influido por su éxito y probablemente también por Bosie, había tomado la determinación de ponerle fin al acoso que sufría desde hacía tiempo por parte de Douglas padre.

La caída

Este, Douglas padre, aunque no lo planeara así explícitamente, tendió un cerco sobre Wilde como un experimentado cazador, y él cayó en el lazo. Dejó una tarjeta a su nombre en un club que frecuentaba Wilde, donde le llamaba somdomita (en lugar de sodomita). En ese momento tomó la decisión de denunciarle por injurias y el marqués contraatacó, denunciándole a su vez como somdomita.

El segundo error de Wilde fue no aceptar los consejos de sus amigos. Probablemente aguijoneado por Alfred, y pensando que le resultaría sencillo vencer con la palabra al bruto del Lord, decidió seguir hasta el final.

Su tercer error fue mentir a su abogado, Edward Clarke, asegurándole que no había ninguna base para las acusaciones que se formulaban en su contra. Wilde pensaría defenderse con su afilada lengua y quien haya leído la transcripción del juicio, verá que no lo hizo del todo mal.

El de Queensberry reunió una montañera de testimonios en contra de Wilde. Está claro que el tipo se corría buenas juergas y estaba en boca de todos. Es muy probable que muchos de los llamados como testigos recibieran algún incentivo económico por parte del Lord, y si Wilde no acabó siendo condenado por sodomita, fue porque a la hora de confesar el “acto”, ninguno quería confesar nada, a sabiendas de que quien lo confesara iría también a pasar una buena temporada a la sombra. Esto y los regalos que aceptaban de Wilde la mayoría de sus efebos, era la más sólida base para su defensa. Y, además, negar categóricamente todo acto reprobable o inmoral.

Hoy nos parecería un chiste aquel juicio. Se debatió largo y tendido sobre pasajes de El retrato de Dorian Gray, para intentar demostrar si el autor era un malaje; se discutió el sentido de algunos poemas escritos por Douglas hijo, y de algunas cartas que le dirigió Wilde. Se habló sobre poesía, metáforas y alegorías. Desfilaron muchos tipejos por la sala. Unos eran chantajistas, otros que muy probablemente conocieran al dedillo las actividades de Wilde, y empleados de los hoteles, que algunos sabrían algo y otros no. Se habló de sábanas manchadas de vaselina y heces, y de que dieciséis chelines por ensalada con pollo en el Savoy era una suma excesiva.

Hotel Savoy en la actualidad. Si te alojas aquí, no pidas pollo. Y lleva tus propias sábanas. Foto by Loco Steve, CC BY-SA 2.0

La condena fue fulminante. A Wilde se le impidió hablar, y él y un alcahuete (un tal Taylor) fueron condenados a dos años de cárcel y trabajos forzados, la pena más alta que permitía la ley. Mientras tanto, Alfred Douglas, a petición de Wilde, estaba en París. Él nunca fue juzgado por nada, negó públicamente todo lo que le concernía y llegó a afirmar que desconocía los viciosos actos de Wilde (Oscar Wilde y yo, 1914, Alfred Douglas).

Oscar Wilde escribió en la trena una larga carta dirigida a Douglas, titulada pomposamente De profundis, que a mí personalmente me parece un relato llorón e insoportable. Ese librillo y La balada de la cárcel de Reading (un largo poema) fueron sus últimas creaciones. Compárense, por ejemplo, con El hombre ha muerto y Lanzadera en una cripta, de Wole Soyinka, o con las concisas y escalofriantes Nanas de la cebolla de Miguel Hernández.

Wilde salió tocado de la cárcel. Visitó Italia y murió en París a finales de 1900. Como causa de su muerte, siempre se presupuso una sífilis, pero desde hace algún tiempo la hipótesis más probable parece algún tipo de infección causada por una otitis crónica.

Conclusión

Aunque la vida de Wilde se destruyera por un motivo que hoy nos parece absurdo (una inclinación sexual), hay que tomar con pinzas la figura del escritor irlandés, ya que todo indica que él y sus compinches eran depredadores sexuales de jóvenes e infantes. Según Gide (en Si la semilla no muere, ya mencionado) Alfred Douglas insinuaba que Cyril, el hijo mayor de Wilde, era “para él”. No sabemos si sería una bravata. El joven Cyril tendría nueve o diez años por esas fechas y, por fortuna para él, y gracias a que su padre fuera a la cárcel, pronto se vio lejos de la influencia de tan benéfica compañía.

Dicen que no se debe juzgar hechos del pasado con criterios del presente. Seducir a niños con licores y calderilla es algo que se puede juzgar perfectamente, tan solo poniéndose en el lugar del niño.

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Una respuesta a «Declive y caída de Oscar Wilde»

Me ha gustado mucho el post, el artículo. Hay una cosa, al hacer un juicio moral y justo respecto de la conducta de los adultos respecto de los niños, me gustaría poner en valor también el hecho de que en el siglo XIX «se institucionalizó» una conducta que diezmaba también los derechos de las mujeres. Era muy habitual que algunos (o muchos) hombres permanecieran casados, pudiendo hacer lo que quisieran en su vida privada, usando a sus esposas como la excusa perfecta para permanecer en un sistema que no les comprometiera. Eso es un asunto que desgraciadamente ha perseguido muchas y grandes épocas, paradójicamente en algunas épocas de gran florecimiento cultural como es el caso de la civilización griega, por ejemplo.

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