Las hermanas Brontë son probablemente las autoras más estudiadas, o investigadas, de toda la historia de la literatura, porque tienen todos los ingredientes: son hermanas, cada una publicó al menos un librazo, todas la diñaron jóvenes y todas escribieron bajo seudónimo. No me resisto a decirlo una vez más, aunque sea archiconocido: Acton (Anne), Currer (Charlotte) y Ellis (Emily). Estos eran los hermanos Bell, autores de Cumbres borracosas (Emily), La inquilina de Wildfell Hall (Anne) y Jane Eyre (Charlotte).
No es ninguna novedad que los autores paguen para editar, sobre todo los autores noveles. Los editores Aylott and Jones aceptaron publicar el primer libro de los hermanos (a sus expensas, claro), titulado Poems y que era eso, una colección de 61 poemas de las tres hermanas. Fue una tirada de 1.000 copias y se vendieron 2 ejemplares. Otros 37 los cogieron ellas y los regalaron a algunos amigos, y el resto los enviaron a autores y críticos, con la esperanza de que a alguien le gustara y empezara a venderse. Pero eso no sucedió, naturalmente. Hoy en día, el valor de los escasos ejemplares existentes de esta primera edición (del año 1846 y luego la refactorización de los libros restantes, que se hizo en 1848, tras el éxito de Jane Eyre) puede superar los 50.000 €.

Charlotte, la protagonista de estas líneas, fue la única que conoció el éxito inmediato con su Jane Eyre. Era la mayor y la que más duró, así que también fue albacea de la obra de sus hermanas, y la que más pudo desarrollar su talento literario. Anne también escribió la imprescindible Agnes Grey. Esa fue toda la producción literaria de Acton y Ellis, aunque las malas lenguas murmuran que existió una segunda novela de Emily que fue quemada por Charlotte (¿tal vez para protegerla?). Habladurías. Curiosamente, yo creo que Cumbres borrascosas es la que más películas y adaptaciones tiene, partiendo de la inmortal peli de William Wyler. Y estoy dispuesta a suponer que es lo mismo en teatro y en cualquier otro campo. Es probable que se debiera a la superioridad (en cierto sentido) de la historia de Cumbres, que cuenta con elementos no solo románticos sino también atávicos, de donde nacen las pasiones más violentas e ingobernables. Criticaba Charlotte el Wildfell de Anne porque consideraba que la temática se escapaba de su ámbito, de su conocimiento. Agnes Grey sí le gustaba (a mí también), narraba la historia de una chica que lo de siempre en el mundo Brontë (institutrices y curas).
El universo de la institutriz y aledaños se nos puede hacer más árido. Este era el elemento natural de Charlotte y nacía directamente de su experiencia. No pienso hacer un elogio de sus virtudes literarias, ni tampoco comparar las obras de las hermanas, ya que todas son elogiables. Yo es que siempre he estado enamorada de Charlotte, y más me gustaba cuando era más plasta y resabida, como en su insoportable saga de Verdópolis. Luego ya me pinchaban y me daban angustia sus temas recurrentes: el rollo institutriz, la mujer trabajadora, la precariedad y la aspiración al amor ideal, siempre todo teñido de un sentimiento trágico, o más bien de un sentimiento de impotencia, de tener que aceptar lo que vaya viniendo. A esto le pones un poco de moralidad rígida, religiosidad oscurantista y un par de cucharadas de frustración criada en el fondo del estómago, y ¡zás! Esto es Charlotte. También podía ser alegre, esperanzada y juguetona, pero al fin siempre dominaban el deber, la convención, la tragedia. Y ahora vamos a explicar el porqué. Es más una reflexión que una explicación, en realidad, ya que una no pretende saber lo que nadie sabe, y mucho menos explicárselo a alguien…
En primer lugar, hay que hacer notar que Charlotte Brontë era una persona real, sujeta como todos nosotros al picor de sobaco, el estreñimiento, odiar a sus padres, desear morir cuando suena el despertador, etc. O sea, no era un personaje de sus propias novelas, sino una persona normal.

Si no me equivoco, el máximo superviviente de la saga fue el padre. La madre y los cinco hermanos de Charlotte, y ella misma, la penúltima, la palmaron rápidamente, Charlotte con 38 años. Creo que esta es una razón de peso para justificar prácticamente cualquier argumento que uno quiera esgrimir.
Primero murió la madre, cuando eran todos pequeños, de cáncer de útero. Luego las dos hermanas mayores, con dos semanas de diferencia, y después Anne y Emily, todas de tuberculosis. Branwell, el único varón, no se sabe, pero probablemente la misma enfermedad, mezclada con algo de ser algo dipsómano y mal de amores. Charlotte murió por complicaciones derivadas de su embarazo, que le vino en mala hora y de un tipo que ni siquiera le gustaba.
El tema religión. Puf. Tema delicado. Tanto la madre como el padre eran unos chiflados de la religión. El padre era el típico pastor protestante, aunque era irlandés (de madre católica). Al parecer era un padre dedicado, pero luego mandó a las niñas a un cole de esos típicos internados ingleses donde mataban a los niños de hambre y frío… Dos hijas menos, de una tacada. En vez de aceptar los hechos como eran, tal cual se están relatando, el hombre quiso ver una luz o un significado especial en la muerte de sus hijas. Yo no sé si estas cosas sirven para consolarse y no se deben juzgar, o si son más bien para exculparse y pasarle la responsabilidad al dios que sea. En su favor se puede decir que sacó a las supervivientes del colegio, y que a Anne (que todavía era pequeña) prefirió educarla en casa.
Hablemos de Charlotte. En su fase de crianza y primera formación, ¿qué concepto puede tener de la vida una huérfana de madre a la que se le mueren sus hermanas mayores de 10 y 11 años? Además, tienes un padre que le encuentra explicación a todo a base de jesucristazos (que esto a lo mejor es positivo, no sé). Por época y circunstancias, hemos de suponer que Charlotte se forjó una coraza hecha de resignación cristiana y esperanza en el más allá. Al parecer, sus personajes encontraban cierto consuelo con estas explicaciones. Esto era así: ahí afuera, un frío glacial y una puerta cerrada en tu cara. Moraleja: seguro que todo esto pasa por un buen motivo, habrá que esperar a morirse para montarse una fiesta, o aunque solo sea para no sufrir (que lo de la fiesta suena demasiado ambicioso).

Mas nos topamos con un “pero”, de ahí que haya empezado esta frase con un “mas”. Un “pero” enorme de cuatro letras: amor. El amor romántico, tal vez el más conocido de los amores, de todo punto incompatible con la religión, ya que el amor es inmoral y no distingue entre el bien y el mal, el vicio y la virtud. Es a la vez egoísta y generoso, y hace lo que sea con tal de satisfacerse. Está dentro y a veces quiere salir mordiendo y dando patadas en la parte del bajo vientre o en la parte superior del esófago, nos acelera el corazón, nos sube y baja la temperatura corporal, y hace que nuestras piernas desfallezcan, que nuestra lengua se trabe y nuestro cerebro se convierta en una montaña rusa.
No estoy diciendo que Charlotte fuera específicamente una acosadora. Era muy arreglada en lo pertinente al decoro y a una severa moralidad de factura propia (como suelen serlo las moralidades severas), y en este sentido no tenía problema en saltarse una o dos reglitas para confirmarlas por la excepción.
Ella con 26 años y Emily con 24, fueron a un colegio belga en una suerte de intercambio: ellas mejoraban su educación y perfeccionaban su francés, y a cambio de la matrícula y el condumio, impartían clases de inglés y música. Los dueños del colegio eran un tal Constantin Héger y su mujer y, por resumir, Charlotte se prendó de Constantino. Yo, de las fotos que he visto suyas en la wikipedia, en la primera se me parece a Manolo Escobar, que era un plato muy del gusto de mi madre, pero para mí como si fueran criadillas, ni tocarlas. Con lo atractiva que era ella…

Se murió la tía Branwell y volvieron a casa. Luego regresó Charlotte a Bruselas, pero fue bastante deprimente porque el hombre no le hacía caso en lo que a ella le importaba, y allí se encontraba aislada y deprimida, así que acabó por marcharse.
Siguió escribiendo a Constantino, aunque paulatinamente, y ante la falta de oxígenos que alimentaran la combustión, la cosa acabó por extinguirse. Por uno de esos curiosos impulsos que tenemos las mujeres, la señora Héger pensó que era buena idea rescatar aquellos papeles troceados de la papelera y chamuscados de la chimenea, y así lo hizo, sin el conocimiento del propio Constantino. Los recompuso y los cosió. Este es el motivo de que hoy conozcamos esta faceta de la vida de Charlotte.
Este patético amor fallido está desperdigado por varias de sus obras, principalmente El profesor, Villette y también en Shirley, donde (espóiler) al final se juntan la alumna inglesa y el profesor de ascendencia (¡oh, sorpresa!) belga.
Mucho más tarde, aparece en escena un curilla enamorado de Charlotte, un irlandés (anglicano) llamado Arturo. Hay que explicar que los curas de allí no son como los católicos, porque su religión les permite casarse y tener hijos. El tipo se comportó como un enamorado cansino. No sabía interpretar las largas que le ponía la Brontë, o sí sabía, pero se hacía el sueco. Yo no sé por qué se rindió, aunque todo parece indicar que hubo manos alcahuetas y tejemanejes para mejorar la posición económica del irlandés. Y Charlotte seguramente estaba harta y pensó que ya era hora de rellenar el pavo o de gratinar el mollete. Mucha calentura acumulada en los bajos fondos tras años de escribir novelas donde los protagonistas conseguían por fin gratinar sus propios molletes. Mucho pasarlo mal. Algunos problemas de salud. Presión social. Y 38 años. Era para ella el momento de ceder y jugar a las mamás y los papás con Arturo. Si el profesor belga me parecía como Manolo Escobar, a este Arturo os recomiendo que ni os molestéis en googlearlo.
El tipo, nada más que le dieron el sí, ocupó con despotismo su lugar en todos los sentidos, permitiéndose incluso dictarle a Charlotte pautas de conducta más acorde con su idea del recato y la decencia propias de las mujeres. El día antes era un tipo lloroso y arrastrado. Había conocido a Charlotte durante años, pero solo se le reveló atractiva cuando ella estuvo en la cresta de la ola del famoseo literario.
Este pastor plantó su semilla dentro de mi pobre Charlotte y se murió por complicaciones asociadas al embarazo. Espero que al menos le hiciera bien y con frecuencia lo del mollete, porque vaya mierda de final, si no…

Lo de Charlotte estuvo muy bien. Lo que hizo por sí misma, y también cómo cuidó en la medida de sus posibilidades a sus hermanas y a Branwell, y a sus creaciones. Estuvo muy bien para ella y para nosotros. Ojalá existiera una posibilidad de devolverle todo lo que nos dio, en otra vida, en otro universo. A veces las personas pueden parecer egoístas o frías, y al mismo tiempo estar dando todo lo que tienen dentro. Puede ser que se lo estén dando a otra persona, o a otras personas, de un modo que desconocemos. Y, al contrario, una persona afable y dadivosa puede estar vacía más allá de su sonriente máscara.
Solo podemos imaginar cómo fue la relación de Charlotte con sus hermanas, con su familia. Está claro que era espabilada, y además era la mayor (de los supervivientes), y en cierto modo ocupaba el puesto de responsabilidad que había dejado vacante la madre, así que seguro que era bastante mandarina. O sea, que mangoneaba a su gusto. Yo me imagino que siempre actuó de buena fe, aunque también era humana y en algunas ocasiones pudo haber tomado decisiones injustas. Pero esto es solo especular, y además especular con una vida desconocida en lo esencial. Yo prefiero dejarme guiar por lo que dejó escrito.
NOTA de libretes.com: eliminamos, con la aquiescencia de la autora de esta monografía, una soflama de tipo lésbico que hacía las veces de colofón a esta apología de la vida y obra de Charlotte Brontë, porque a todos nos parece que se sale demasiado del tema acotado.
Todos la peloteaban un poco, aunque era enana (1,48 m de altura), cabezona, con la boca torcida, la frente abultada y un mentón prominente. Uno de sus editores decía que no tenía ningún sex appeal. Aunque todos destacaban la belleza y la vivacidad de sus ojos, y su apasionamiento. A mí me parece muy mona. Este es el único retrato (pintado por Branwell cuando ella tenía 17 o 18 años) que todos los que la conocieron coincidían en admirar por su parecido con el original.
