Resultaría imposible la concepción del mundo a base de tweets o de tiktoks. Todos los avances humanos se han cimentado con siglos de experiencia, o bien a base de miles de textos escritos por estudiosos que han lanzado sus ideas al mundo para que otros pudieran discutirlas y formar las suyas propias. De este modo, se suplía la experiencia con reflexión, lógica y breves experimentos que permitían confirmar los avances, del mismo modo que un escalador va fijando anclajes en la roca para poder dar su próximo paso.
Hace poco rescatábamos del olvido en LIBRETES la figura del sabio castellonense Manuel Martí, a través de su sesuda Defensa del pedo. Y hoy queremos reivindicar a otro español universal, madrileño, que disfruta de un inmerecido anonimato entre las masas: Juan Caramuel (1606-1682).

Cuenta Caramuel con su propia calle en el distrito de Latina, en Puerta del Ángel, dentro de un extraño laberinto de calles dedicadas popularmente a Goya, a señores antiguos y pueblos de Toledo. Nuestra ansia investigadora nos llevaría —si tuviésemos tiempo y vosotros paciencia— a indagar en los orígenes de esta calle, pero mejor nos vamos a mencionar las otras vías que tiene dedicadas Caramuel en Campagna (donde estuvo castigado como obispo) y la otra en Vigevano, junto a Milán, donde también fue obispo, ejerció de arquitecto y donde además está enterrado.
Hemos llamado a Caramuel madrileño y español, ya que nació en Madrid (en la actual calle de Fomento, antaño llamada de La Puebla) y siempre se sintió español y reivindicó lo español. Su padre fue Lorenzo Caramuel, ingeniero luxemburgués, y llegó a Madrid en el séquito del embajador de Rodolfo II (a quien también hemos mencionado en otros lares); y, su madre, la bohemia Catalina de Frisia. Después de pasar la infancia estudiando como un chiflado, porque el hombre era superdotado, ingresó en la orden del Císter y ya no paró de viajar: Valladolid, Orense, Salamanca, Portugal, Bélgica, Escocia, Praga, Maguncia, Roma y después las ya mencionadas Campagna y Vigevano, perteneciente al Milanesado.
Juan Caramuel hubiera sido un humanista del Renacimiento, pero le tocó vivir en el siglo XVII, así que el gran abanico de intereses en los que desarrolló sus actividades, contribuyó de muchas maneras a los fundamentos de la Ilustración, que nacería durante ese siglo y el siguiente. Publicó Caramuel más de 70 obras, algunas de ellas auténticos compendios con miles de páginas, más un montón de manuscritos que no llegaron a la imprenta.
Sus intereses se desplegaron en el campo de la teología y la filosofía, la astronomía y la ingeniería (aficiones heredadas de su padre), la física y las matemáticas, la imprenta y la tipografía, el lenguaje… Además de latín, griego y español, aprendió árabe, chino, italiano, hebreo… Y así hasta una veintena de idiomas. También le interesaron algunas manifestaciones de la criptografía, la filolofía, la filosofía, la expresión del cuerpo humano…

Además de su ansia de conocimiento, era partidario de las ideas modernas. Rechazaba, pues, la escolástica (poner la fe por encima de la razón) y la tradición aristotélica, y era partidario de plantear cualquier cuestión desde cero, sin ideas preconcebidas. Como puede imaginarse, estas ideas chocaban de frente con las corrientes de pensamiento imperante en la Iglesia. A pesar de ello, Caramuel fue beneficiario ocasional de las simpatías del papa Alejandro VII, con quien había trabado amistad en su época antijansenista, en Lovaina. Este papa fue el mismo que encargó la columnata de San Pedro a Bernini, que algunas malas lenguas atribuyen al propio Caramuel.
El caso es que Juan Caramuel era una particular clase de adorador de la ciencia basada en la experiencia, la lógica y la experimentación. Tuvo trato con herejes (como van Helmont) y sentía rechazo hacia el europeocentrismo imperante en su época. Las personas inteligentes, aunque tengan su patria chica, suelen poseer un espíritu universalista (global, como dicen ahora), y son más de tender puentes y menos de construir muros. Este es, sin duda, el motivo por el cual Caramuel fue reconocido como un sabio en todas las cátedras de Europa, mientras que en España nadie sabe quién es este señor. Su nombre no resuena junto al de otros grandes de su tiempo, como Galileo, Kircher, Pascal o Descartes (con algunos de los cuales se carteó, o descarteó, según el caso).
Aportaciones de Caramuel
Vamos a mencionar ahora algunas de las contribuciones de este insigne madrileño. Como el que escribe no es un experto en ninguna de estas materias, no puede sino juzgar a partir de las opiniones de otros. Ahí va:
Matemáticas
Cursus Mathematicarum, Mathesis audax, Mathesis biceps…, esta última de carácter enciclopédico, un monstruo de dos mil páginas. Caramuel hace aportaciones muy variadas en matemáticas y física: cálculo binario, logaritmos, cálculo de probabilidades, combinatoria, caída de los graves, movimientos pendulares y otros asuntos tangenciales que no estaban bien resueltos en la época, como la medición de la longitud en el mar y la precisa medición del tiempo.

Arquitectura
Architectura civil recta y obliqua y Architectura natural. Igual que en sus obras relativas a las matemáticas, Caramuel hace un megamix filosófico-científico-sacro, y en su obra más conocida en arquitectura (la recta y oblicua), habla entre otras cosas de la arquitectura divina, a través del templo de Jerusalén. Además de escribir, Caramuel participó en el diseño de estructuras defensivas (Lovaina y Praga, durante los asedios de estas dos ciudades) y llevó a cabo el diseño de la plaza y la fachada de la catedral de Vigevano.
Música
Ut, Re, Mi, Fa, Sol, La, Bi… propuso, como se haría hoy en día, un método rápido para dominar el canto llano, en el contexto de la reforma del canto gregoriano emprendida por Pedro de Ureña, quien fue su maestro en La Espina.
Imprenta y tipografía

Su Syntagma de arte typographica (1664) apareció de relleno en una obra de corte teológico y recogía una serie de indicaciones para impresores, ya que en alguna ocasión debía de haberse sentido vilipendiado en sus pretensiones inmortalizadoras relacionadas con la imprenta. Cabe mencionar que en muchas otras circunstancias Caramuel hubo de ejercer el oficio de impresor-innovador para sacar a la luz algunos documentos imposibles de reproducir en la época (recordemos que entre sus obsesiones figuraban los idiomas con grafías no latinas, así como las composiciones de tipo caligrama, música, matemáticas, laberintos y demás). Esta obra es considerada el primer tratado sobre la imprenta aparecido en Europa.
Idiomas
Publicó Caramuel una Grammatica Sinensis (o sea, gramática china) siguiendo a su aprendizaje de este idioma, a través de su maestro Martino Martini, además de un diccionario. En esta época también le surge la ocurrencia del descubrimiento (más que la creación) de una lengua universal, siguiendo también una idea del jesuita Pedro Bermudo y siendo precursor de otros esfuerzos postreros en la misma línea, incluyendo el alumbramiento del esperanto. También en esta onda se manejan sus estudios sobre quirología y quironomía (es decir, el uso de la mano como elemento comunicativo, que puede parecer a primera vista una imbecilidad pero es, al contrario, una cuestión de lo más absorbente; disfrútese al respecto con el estudio de Lucía Díaz sobre el Trismegistus u otros anteriores de Julián Velarde).
Ideas locas
Era Caramuel religioso, barroco y diletante, así que muchas de sus ideas son exageradas, místicas y algunas tremendamente locas. Por ejemplo, componer una gramática china solo porque un tipo le dio clases de chino, resulta tan cómico como la historia de la primera traducción del Quijote al chino mandarín (muy fácil de encontrar en internet).

El barroco está lleno de cosas divertidas que se nos escatiman, como la obra de la pintora holandesa Judith Leyster, contemporánea de Caramuel.
Niño y niña con gato y anguila, Judith Leyster, 1635.
Las ocurrencias más absurdas de Caramuel tienen que ver con la religión. Por ejemplo, tomó el Templo de Jerusalén (que estaba ordenado construir por el mismísimo Dios) como pie y justificación para todas sus ideas expuestas en la Architectura civil. Recordemos que este templo fue destruido (por segunda y última vez) en el año 70, por los romanos.
Aprender árabe le sirvió a Caramuel para escribir una Expurgatio islamismi en la que refuta con argumentos lógicos (lógicos para él) las doctrinas del Corán. Estos atrevimientos eran muy típicos en las convulsas épocas que siguieron a las distintas reformas o escisiones que hubo en el cristianismo durante el siglo anterior. Blaise Pascal, contemporáneo de Caramuel, también era muy aficionado al anatema y de hecho vertió críticas sobre la laxitud del madrileño en sus Lettres provinciales (Pascal fue uno de los principales difusores del jansenismo).
Mi idea loca preferida de Caramuel vio la luz en la Declaracion mystica de las armas de España, invictamente belicosas (ya el título da una idea del contenido). El escrito consiste en un recorrido por los distintos escudos de los reinos de la monarquía hispana, dirigido a un tal Fernando de Austria, escurialense, hijo de Felipe III, en el contexto de la guerra de los Treinta Años. Recorriendo con cautela los bordes de la herejía, hila una serie de argumentos que sitúan en España el origen de los Reyes Magos (a lo mejor eran de Bilbao, como el Niño Jesús). También dice que la lengua que se hablaba en el mundo antes del episodio bíblico de la Torre de Babel era… ¿alguien lo imagina? Sí, el español. Y más chorradas. Hay que entender que se trataba de un texto laudatorio y también de carácter jocoso.
De todos modos, no hay que andarse con muchas risas, ya que hay quien afirma que el euskera es la lengua más antigua de la humanidad, de la que descienden todas las demás. Hablaremos de eso en otra ocasión.
Conclusión
No es uno quién para juzgar si los logros de Caramuel lo sitúan en el top-ten de las ciencias de su época, pero está claro que se encontraba en la vanguardia del pensamiento, que se codeó con personajes de la talla de Descartes, que llegó a refutar a Galileo (caída de los graves) y que realizó aportaciones singulares y adelantadas a su tiempo en algunas materias. En otros países, Caramuel tendría un monumento, biografías, universidades con su nombre. Mientras le llega el reconocimiento que le ha sido negado durante siglos por la cultura mainstream española, el barrio de Puerta del Ángel acoge con orgullo el apellido de uno de los madrileños más ilustres que han ollado sus calles.