Se jactaba Bukowski en The Charles Bukowski tapes (Schroeder, 1985) de su falta de interés por la naturaleza. “A mí dadme smog”, decía, con su vaso de vino en la mano. Luego contaba que su paraíso era el primer bar que visitó al llegar a Filadelfia, en un barrio pobre, donde había gente bebiendo y peleando. Ese era poco más o menos el argumento de Barfly (1987; El borracho, en español), también dirigida por Schroeder, y protagonizada por Mickey Rourke y Faye Dunaway, en el papel de Wanda.

Podría decirse que hay dos tipos de escritores, en lo que respecta a la naturaleza: los que miran para adentro y los que miran para afuera. Los primeros se ocupan únicamente de sus intereses y obsesiones, que pueden ser múltiples y variadas: las relaciones, el trabajo, los viajes, sus pensamientos. Los segundos también se ocupan de esas cosas, pero son sensibles a la naturaleza en sentido amplio: animales, plantas, clima, etc.
De entre los que incluyen a la naturaleza como un actor más en sus historias, también podríamos hacer una subdivisión:
- La Naturaleza agente: en su modo más inmediato, los elementos naturales pueden ser protagonistas de la historia (tormentas, animales, supervivencia, etc.); si no, la naturaleza puede influir y afectar a los personajes, como el protagonista del relato El año en Spitzberg (Pedro Antonio de Alarcón), que se ve subyugado por el medio, o mucho más A un dios desconocido (John Steinbeck), donde el protagonista vive en compás con la naturaleza e incluso siente a veces impulsos casi sexuales hacia ella.
- La Naturaleza omnipresente: hasta bien entrado el siglo XX, casi cualquier autor introducía elementos de la naturaleza en sus relatos continuamente, sin darle especial importancia. Es lo normal, porque el medio de transporte podía ser un caballo y su combustible la yerba, cuando llovía se embarraban los caminos, un señor llevaba el grano al molino y la señora Higgins cocía el pan para el desayuno… La mayoría de estas cosas —en esta parte del mundo— son rarezas a partir de la segunda mitad del siglo XX. Walter Scott hablaba de caballos con la misma naturalidad que Roald Dahl hablaba de automóviles.

- La Naturaleza como imposición paisajística. Muchos autores, en algunos de sus relatos, consideran imprescindible introducir descripciones más o menos detalladas de paisajes y circunstancias físicas donde se va a enmarcar la historia. En la mayoría de las ocasiones estas descripciones no tienen un peso específico en el argumento, pero sí en el estilo. Ejemplos dispares podrían ser Baroja y D. H. Lawrence.
- La Naturaleza como elemento estético, sobre todo en poesía o cuando se emplea un lenguaje poético. Está claro: las rosas rojas existen para asimilarse a los labios de la amada. Y en otros casos son símbolos, algunos universales, como el agua o el fuego purificador, y otros más hechos a medida, como las tres rosas amarillas del cuento de Carver, que dan (presumiblemente) nombre a la ya asentada librería malasañera. Pájaros anónimos, flores genéricas y el rocío sobre la frente de Rimbaud, el poeta adolescente que se hizo traficante de armas.
Volviendo al smog de Bukowski: ¿no es la contaminación una clase muy específica de naturaleza? ¿No tiene derecho el humano a construir casas y habitarlas, igual que los castores hacen con sus guaridas? ¿No es igual un cementerio de elefantes a uno de humanos, aunque con diferente grado de sofisticación técnica?
Y volviendo a Rimbaud:
No se puede ser serio con diecisiete años.
—¡Una bonita tarde, harto de cañas y limonada,
de los cafés ruidosos de lámparas brillantes!
—Nos adentramos en los tilos verdes del paseo.¡Los tilos huelen bien en las buenas tardes de junio!
Arthur Rimbaud (1854-1891)
El aire es tan dulce que a veces entornamos los ojos;
El viento cargado de ruidos —la ciudad no está muy lejos—
trae aromas de vino y aromas de cerveza…
El futurismo (Marinetti) rendía culto al progreso tecnológico y al ruido como sublimación (en un sentido cuasi-freudiano) de los logros de la humanidad y, sin que esto vaya en contra de nada ni de nadie, podría considerarse natural. Desde el punto de vista estético, un azor no es intrínsecamente más interesante ni conveniente que unas tenazas para rizar el pelo. Y en un ejercicio mental, quizá miope para algunos, puede determinarse que el objetivo de los seres autoconscientes no es necesariamente la perpetuidad del planeta, ni de la propia especie; ni siquiera la perpetuidad del individuo, de uno mismo. Unas luces de neón pueden ser tan evocadoras o más que los pétalos de una rosa roja.

¿Es, pues, la Naturaleza una vulgar convención, un lugar común en la literatura?
Tal vez lo natural tenga un ingrediente que escapa del previsible mundo humano, y es precisamente su inhumanidad. Nos afanamos en nuestra vida diaria y elaboramos serias teorías cuando nos paramos a pensar, pero un día vendrá un meteorito o se apagará el sol, y en el lugar que ocupábamos habrá silencio o un bonito espectáculo de luces, que es lo mismo que hubo durante los miles de millones de años precedentes. Y pensaremos: es lo natural.